Por
entonces (pensé que no volvería a comenzar un párrafo así), yo tenía la suerte
de vivir en una hermosa casa, dónde, como suele suceder, había una nevera.
Hasta aquí, todo normal; que viene a ser el prólogo que siempre antecede a los
sucesos extraordinarios. Dentro de la nevera. Allí estaba el resorte que
encendería la mecha. En una pequeña lata permanecían vírgenes los pocos metros
de celuloide que se habían librado de ser violados durante el rodaje en La
Gomera de “El Momento Oportuno”, un cortometraje bélico ambientado en plena
guerra de Vietnam. Viendo aquella lata que contenía apenas 6 minutos de
fotogramas vacíos, mi instinto depredador agitó mis entrañas de cineasta
convulsivo. Seis minutos, seis minutos…necesitaba encontrar una historia que
pudiese contar en tan poco tiempo.
¿Y por qué
tenía que ser una historia? Quiero decir que, aún siendo yo un amante
empedernido de las estructuras narrativas clásicas, comencé a plantearme que no
me vendría mal cambiar de paleta, e incluso, de pincel. Los pensamientos de una
mujer. Las imágenes que nos permiten ahorrarnos palabras que subrayan lo
evidente. Mi mente dejándose llevar como una balsa de troncos por el Mississippi
pero sin Huckleberry Finn a bordo. Tan sólo una mujer que recuerda las dudas
que tenía hasta que comprendió que es la vida la que nos guía, y no al revés,
aunque ya vivamos en el Siglo XXI.
Yo era el
compañero sentimental de una mujer llamada Lara López, y de repente, descubrí
que tanto sus ojos profundos como su melancólica voz eran todo lo que
necesitaba para dar vida a un experimento tan arriesgado como intentar plasmar,
sin excesos estéticos ni simbólicos, algo tan denso y complejo como una mujer
reflexionando.
Junto con
Miguel, un amigo que trabajaba en Fotofilm (R.I.P), C, e Igor, hermano de Lara,
nos fuimos a una casa que tiene la familia en el valle de Torote, una
espectacular zona rural entre las provincias de Madrid y Guadalajara; un lugar
y unas personas que mi memoria conserva entre algodones.
El rodaje,
tanto en el campo como en Madrid, se llevó a cabo en un abrir y cerrar de ojos;
dos tardes, si no me equivoco. Puedo cambiar de tema, de género
(cinematográfico, se entiende), o de eso que llaman estilo, pero lo que siempre
mantengo es mi forma de trabajar. Cuando se inicia un rodaje ya tengo muy
definidos cómo y donde serán cada uno de los planos a rodar; las
improvisaciones no surgen por falta de ideas, sino porque el azar, o un brote
de inspiración, aporte algo nuevo que pueda beneficiar al resultado final. Por
lo tanto, y a no ser que la tierra tiemble o nos invada una plaga de langostas,
la faena se termina pronto y ya nos podemos ir a descansar, con la misión
cumplida. “Las Palabras Necesarias” no fue una excepción.
El detalle
más curioso, y que me suele venir a la cabeza cuando recuerdo este
cortometraje, tiene que ver con la Banda Sonora. Chencho Campos, uno de mis
mejores amigos y miembro cofundador del grupo “Sierra Madre”, estaba en
Santiago mientras Lara y yo pasábamos unos bonitos días en Cartagena. Desde
allí comencé a comentarle cómo me imaginaba yo la música de este corto. Él
había compuesto las partituras de “No Quiero ni Pensarlo”, “Mátame unos
Cuantos”, “El Origen del Problema”, “Derechos de Autor” “Una Luz Encendida”
(impresionante) y “El Momento Oportuno”, trabajos que habían generado mi total
confianza en su talento. Él todavía no podía ver las imágenes del corto, que ya
estaba montado, pues aunque sólo han pasado once años, en términos de
informática e internet “eran otros tiempos”, y por lo tanto, tendría que
esperar a que yo llegase a Galicia con el material en mi maleta. Aún así,
Chencho me sugirió que le mandase ya el guión con la indicación de los lugares
y la duración de cada momento en que debería sonar música. De esa manera, él
podría comenzar a trabajar, y después, con suerte, invertiríamos menos tiempo
en lograr nuestro objetivo común.
Unas
semanas más tarde, Lara y yo llegamos a Santiago, y en casa de Chencho sucedió
algo totalmente inaudito. Juro que no miento cuando aseguro que al escuchar las
piezas musicales que había compuesto Chencho, no sólo me gustaban mucho y
resultaban perfectas, sino que encajaban y se acoplaban a las imágenes como si
él las hubiese tenido delante mientras paría todas y cada una de las notas. Una
corriente mágica había atravesado toda la península para conseguir, con los
ojos vendados, la simbiosis perfecta entre las imágenes y la música. Cómo no
voy a amar esta profesión si, de vez en cuando, soy testigo de semejantes
milagros.
Por
cierto, quiero dejar claro (y esto lo hago por ti, Chencho) que, al menos, en
mi ordenador, la banda sonora no suena demasiado bien, y en algunos momentos se
ralentiza provocando un atonalidad electrónica que no está en el original.
Imagino (y quizá anhelo) que todavía faltan unos cuantos años para poder
dejarlo todo en manos de estas máquinas que nos observan con esa falsa actitud
sumisa.
No quiero
terminar sin mencionar que cuando se estrenó “Las Palabras Necesarias” hubo
varias personas que me comentaron que este corto les recordaba mucho a Terrence
Malick; algo que me llenó de orgullo, sobre todo, porque, recién llegado el
Siglo XXI, muy poca gente sabía quién es Terrence Malick.
Ahora, por
favor, si os apetece ver esta historia, dejad que durante seis minutos vuestros
sentidos se relajen como si fueseis en una balsa de troncos sobre el
Mississippi, con o sin Huckleberry Finn a bordo.
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